La leyenda de la vainilla

*La historia de amor imposible entre dos jóvenes totonacas de clases sociales diferentes dieron identidad a una región indígena de gran pasado histórico

Édgar Escamilla

Papantla, Ver.- Al pasear por el parque Israel C. Téllez de Papantla, llama la atención un escultura de dos jóvenes totonacas, enlazados por una orquídea, recordando la historia de amor que dio origen al fruto que diera renombre a esta ciudad ante el mundo entero: la vainilla.

Papantla es reconocida como la “Ciudad que Perfuma al Mundo”, por ese olor característico que impregnaba sus calles hasta entrado el siglo pasado, cuando los productores realizaban el beneficio de la vainilla al aire libre.

Pero su historia se esconde entre los mitos del pueblo totonaca, aquel que logró domesticar una orquídea que al secar su fruto al sol, producía un olor dulce, que hoy en día es empleado en infinidad de platillos y que conquistó el paladar de los europeos.

Cuenta la leyenda que en los tiempos del reinado de Teniztle, una de sus esposas dio a luz a una hermosa niña a la que llamaron Tzacopontziza (lucero del alba), consagrándola al culto de la diosa Tonacayohua, por lo que ningún hombre debía disfrutar de su belleza.

Pero como si se tratase de los Romeo y Julieta mesoamericanos, un día Tzacopontziza salió al campo a buscar animales para realizar una ofrenda, cuando se encontró a Zkatan – oxga (el joven venado), quedando entonces perdidamente enamorados.

Sabía que nadie podía acercársele, así que decidió llevarla hacia la montaña, pero un monstruo les impidió continuar su camino, haciéndolos retroceder hasta que fueron alcanzados por los sacerdotes, quienes los degollaron, colocaron sus cuerpos en el templo de Tonacayohua y arrojaron sus corazones por la barranca.

En aquel lugar, bañado con la sangre de los jóvenes amantes, la hierba comenzó a secarse, hasta que de pronto comenzó a crecer rápidamente un arbusto. Cuando éste alcanzó un considerable tamaño, de la tierra comenzó a crecer una orquídea trepadora, enrollándose en el tronco hasta cubrirse de hermosas flores amarillas.

Los sacerdotes creyeron entonces que la sangre de Tzacopontziza y Zkatan – oxga había dado origen al arbusto y la orquídea, cuyos frutos al secarse despedían aquel delicioso aroma dulce.

Fue así que declararon sagrada a aquella planta a la que llamarían Xanath, alcanzando el nivel de ofrenda divina y siendo objeto de culto, según relata José de Jesús Núñez y Domínguez.

Las estatuas de los dos jóvenes amantes totonacas permanecen abrazados, mirándose fijamente hacia la posteridad, dando muestra de aquel amor que fue interrumpido por el hombre, pero que la naturaleza se encargaría de perpetuar a través de una orquídea.

La próxima vez que utilice un perfume con esencia de vainilla o la emplee en algún platillo, recuerde que es el legado de la sangre derramada de Tzacopontziza y Zkatan – oxga.

 

 

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